Castillo al anochecer

Castillos embrujados para disfrutar de una noche aterradora 

El reloj marcaba las 2:45 am, fue lo que pudo notar Raimond Prezer, cocinero del castillo imperial. Llevaba más de dos décadas trabajando en aquel hermoso lugar. Su insomnio, era constante, ya sus yerbas, no le hacían ningún tipo de efecto. Se levantó lentamente de su hundida cama, con una leve tos, se dirigió a la ventana. Parado allí, observó el paisaje nocturno, y amó aquel silencio. Prezer amaba la tranquilidad, le gustaba sumergirse y perderse en cualquier anochecer, pero últimamente; no lo disfrutaba como antes. Sus constantes ataques nerviosos, lo obligaban a levantarse muy seguido. Caminaba, soñaba despierto, como le encantaba. Luego volvía a su somnolencia. Daba vueltas y vueltas en aquella cama, hasta que se perdía.  

Un saludo de buen día lo extrae de aquel mundo.  Es su ayudante a quien le muestra su afable sonrisa. De esta forma  inicia la rutina de siempre, la de todos los días, desde hace 21 años. Inmerso en su cotidianidad, recibe el primer llamado por parte del mayordomo del castillo. Se dirige con sus constantes  nervios. Ya sus dedos le dolían de tanto tronarlos. Una vez frente al mayordomo, se le informa que su majestad el rey, le envía las más sinceras y afectuosos felicitaciones por la cena preparada la noche anterior.  Con los nervios más relajados, regresa a su lugar. Aquella cocina era su más fiel confidente, sabía todo de él.  Aunque su ayudante siempre estuviese presente, lo olvidaba por completo y por ratos se perdía en sus hermosos sueños.

Era una persona muy organizada, respetuosa y reservada. Tenía pocos amigos a los cuales les enviaba cartas alguna vez. Él, amaba su soledad, siempre añoraba el anochecer. Ya ubicado en su alcoba, se perdía en su quimera. Cada sueño, era un acontecimiento distinto, una realidad viviente. En ocasiones, extractos de sus fantasías  terminaban siendo reales.

Pasado un tiempo llega al castillo un nuevo sirviente, y con el pasar de los meses, se convirtieron en grandes amigos. Dicha amistad fue fomentada por el recién llegado, pues Raimond, le costaba socializar. En el castillo, todos se sorprendieron con el gran cambio del cocinero.  Su personalidad se torna mas tolerable, ya no se le ve perdido. Su alegría era de  tal magnitud, pues desde hacía días no preparaba su té de yerbas para dormir. En su tiempo libre, salía con su amigo a pasear por el frondoso bosque que rodeaba al castillo. Regresaban al anochecer, agotados de tanto juego. Los nervios se le calmaron por un tiempo, y aunque la amistad lograda mucho le ayudó, de madrugada continuaba despertándose, con aquel miedo latente. En alguna oportunidad, su amigo también  lo acechó el insomnio, y se reunían de nuevo  a conversar lo mismo, hasta que el sueño les vencía.

  Merci su ayudante, se enamoró perdidamente de su gran amigo. Todos salieron ganando, pues ya las salidas, eran de tres. Juntos siempre ideaban  algo nuevo por  hacer. Aunque Raimond, muchas veces colocó algunos pretextos, para no salir y dejar que los enamorados disfrutaran de su privacidad.

Al llegar el casamiento, los nuevos esposos, partirían. Debían encargarse de una pequeña propiedad, heredada por los padres del sirviente. Mientras el rey viajaba, por otros reinos en busca de esposa,  el cocinero se refugiaba donde sus amigos y aunque la familia aun no crecía, estos disfrutaban mucho de su compañía. Les gustaba visitar el riachuelo, de donde extraían los mejores peces. Raimond los preparaba con una exquisitez. Después de la cena, leían y discutían los pros y contras de cada historia. Muchos fueron los desvelos, leyendo y extrayendo ilusiones.

Al contraer matrimonio nuevamente el rey, el cocinero, ya no gozaba de tanto tiempo libre. Las exigencias de la nueva reina, eran de tal extremidad y rigidez, que él prefería dedicarse a su trabajo. Sin darse cuenta pasaron meses y posteriormente años. Los nervios volvieron. No supo por un tiempo más de sus amigos. Alguna de las tantas noches, no lograba dormir. Sus nervios, eran tan fuertes que lo desequilibraban por completo. En ciertas ocasiones se iban, pero regresaban semanas después sin avisar.

Ya rondando los 60, el cocinero pensó en retirarse y dedicar los años que le quedan en soñar junto a su soledad. Se presenta ante el rey, y este le niega tal solicitud. Le argumenta, que el castillo no puede prescindir de sus servicios. El castillo, no sería lo mismo, sin aquel organizado y sabio cocinero. Ante ello, su majestad le propone un viaje de descanso, para que se reconforte. Él, acepta y parte sin imaginar, que no volvería a aquel lugar. Sus desvelos, ya le habían notificado hace mucho tiempo, que su organismo, ya no era el mismo. Hace una parada donde sus antiguos amigos, estos se sorprenden al verle. Son tantos años, sin saber de él. Comparte con ellos, durante unos días. Al despedirse, les augura lo mejor y les promete, que al regresar, volvería a visitarlos.

Mientras cabalga en busca de su destino, se topa con un viejo conocido, quien lo invita a descansar y lo conduce a un hermoso castillo. La propiedad parece desierta, pues los amos de su conocido, casi nunca pernoctan por aquel lugar, prefieren aires más cálidos.  Con algo de tos, y cierto malestar, llega a sus aposentos. Charla un rato con su viejo conocido y luego parte a descansar. Ya en la soledad se recuesta y comienza con una sensación un tanto extraña, no tiene ningún parecido con  sus acostumbrados nervios. Decidido a no prestar atención, se sucumbe en su mundo de ensueños.

Sus viejos amigos reciben en su propiedad un baúl, de donde extraen primero una carta. El viejo conocido les relata que Raimond pasó a la eternidad siendo 2:45 am. Dentro de  la valija, descubren una gigantesca libreta repleta de  recuerdos y sus más grandes anhelos. 

                        

Héctor DANIEL

 

 

 

 

 

 

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