El entierro de Julián

 

 




"Son los inocentes y no los sabios los que resuelven las cuestiones difíciles" 

                    Anónimo 







   

Tenía tres días sin dormir. Me despertaba a cada rato. Sentía que algo me molestaba, pero no lograba descifrar que era. Dejé de dar vueltas en ese chinchorro y me levanté por una taza de café. Al llegar al fogón, me di cuenta, que el reloj marcaba las 11:30 pm. Caminé de un lado a otro sin parar, no sé con qué intención.  Pero no pude dominar esa situación.

            De repente,  reacciono, me  asusto, mi  corazón comenzó a latir rápidamente al ver una sombra.

-¿Qué te ocurre hombre? Me dice Eloísa.

- Sié  mujer, me asustaste. No te sentí llegar. Le respondí rápidamente.

            Mi señora, me comenta que tenía como cinco minutos observándome caminar de un lado a otro sin parar. Extrañada con  lo que ocurría, decide aparecer.  Entre la oscuridad, no la reconocí. Le dije, que hoy tampoco había podido conciliar el sueño. Aunque llevo días sin pegar un ojo, no he logrado dormitar ni cinco minutos. Después ella calentó el café y me lo sirvió  en mi  taza de barro. Estaba tan caliente, que esperé unos minutos  para poder tomarlo. Conversamos un rato, hasta que el cansancio la venció.  Me dejó entre el frio nocturno y el calorcito que emanaba el fogón. 

            Decidí irme nuevamente a mi chinchorro, quizás a mecerme. No tenía otra opción.  Después de darle vueltas a la cabeza con tonterías, me vuelvo a levantar para ir a orinar. Decido ir al platanal,  pues Eloisa me tiene a monte con su lengua, que la casa tiene hedor a orine y no es de marrano. Me echa la culpa a mí y tiene razón. Yo me hago el musiú.

 La luna me regala cierta claridad, pero hoy esta como brava, no quiere alumbrar mucho. Me dispongo a realizar mi necesidad y siento  que me tocan. Volteo y no logro ver nada. Me vuelven a tocar con más fuerza. Giro rápido y veo una luz, tan amarilla como el sol. Parecía fuego. Me privé. Di un salto y eche carrera para el rancho.

            No dije una sola palabra, me quedé como en la cédula en ese chinchorro. Las ganas de orinar seguían allí, pero preferí no levantarme de nuevo. Mi corazón comenzó a latir fuertemente otra vez. Así estuve largo rato hasta que finalmente el sueño me venció.

            Con el cantar del gallo, reacciono y me doy cuenta, que he logrado dormir algo. Salto  del chinchorro y me dirijo con cierto miedo  a la batea, para asearme y comenzar la faena del día. Camino con cierto temor, observando a lo lejos el platanal. No visualicé la luz, ni sentí que nadie me tocaba. Llegué a pensar que había sido un sueño, de esos locos.

            Al entrar al fogón, ya mi mujer preparaba el café mañanero y las arepas. Como de costumbre desarrollamos una breve conversación.

    - ¿lograste dormir mijo? Me pregunta

-          Un poco vieja. Evité comentarle lo ocurrido anoche.

-          Vas a tener que ir al dispensario, si sigues así. No es normal, que no puedas dormir. Y menos si tomas tanto guayoyo de noche.

-          Tienes razón mujer. Ya me está cansando tanto desvelo.

 Al terminar de ordeñar, me voy en el caballo a llevar la leche a la receptoría, como todos los días. Saludo a los presentes. Veo a Don Abel y me le acerco, le extiendo mi mano. Al reconocerme, me aprieta, me hala y me abraza. Ya  no distingue mucho, pues con sus cataratas, no ve casi. Le digo que estamos bien por la finca. Le pregunto por la suya y me expresa:

-          Igual mijo, como siempre. A veces Don Julián, no me deja dormir.

Me extraño, y le refuto:

-           Pero como que no lo deja dormir, si Don Julián murió hace muchos años.

-          Más de veinte años hijo, ese viejo avaro, en ocasiones se pone necio. Ese hombre adoraba tanto este campo, que lo transita de noche en su viejo caballo. No está tranquilo al saber, que estas tierras, ya no son suyas.

-          Sié, que cosa tan rara.

      Tampoco le comento al anciano, lo que me pasa por las noches con mi insomnio. Lo termino de escuchar y parto de nuevo a la finca. Por el camino, me pongo a dilucidar lo comentado por el viejito Abel. Determino  pedirle  a la mujer, que le mande a oficiar una misa al difunto, aunque ya tiene varias décadas de muerto, seguro, la anda necesitando para que descanse en paz. Concluí, que mi problema, se debía a eso, a la molestia de un muerto. 

Ya con el sol bien fuerte, me doy una vuelta por el platanal. No sentí nada, ni vi nada extraño mientras estaba allí. Decido recoger unos plátanos del suelo y los llevo a la cocina. Continúo con mi rutina de llano, atiendo el ganado y a los cochinos.

Al medio día, Eloísa me llama para que almuerce. Tenía tanta hambre, que no desperdicié nada de esas caraotas, aliñadas con cilantro de monte. El sabor era inexplicable, mi mujer cocinaba muy bueno, no lo voy a negar. No toqué el mondongo ni la ensalada. Con esas caraotas, la yuca y el jugo de papelón, me bastó. Después de comer, sentí algo de sueño. Doy gracias a Dios que al fin llega el condenado. Me levanto de la mesa emprendiendo camino al chinchorro, para lograr echar un sueñito. Me recuesto, durante la hora del burro, no suelo trabajar.

Me creo despertar  al sentir la brisa en mi rostro. Sentía tanto calor, pero noto que era de noche. Voy a la cocina a tomar un vaso de agua, por el camino observo a lo lejos, que viene un hombre bajo, vestido todo de blanco y con un sombrero de palma entre sus manos. Me hace una seña con su mano para que me dirija donde él está. Me siento como atontado, no me opongo a su gesto y camino hasta allí. Al acercármele, lo reconozco, es Don Julián, con su característica risa, mostrando sus enormes dientes de oro. No me habla en ese momento, pero me sigue sonriendo. Su ropa, era tan blanca, que por momentos llegó a encandilarme. Trato de ver muy de cerca su rostro, pero  no lo logro. Una nube blanca por momentos me lo ocultaba.

Transcurren unos minutos y el hombre sigue sonriendo, sosteniendo su inigualable sombrero. De repente me señala una palma. Camina hasta allí, lo sigo sin ningún temor. No sé que me ocurre, pero me siento seguro. El hombre va, como si no tocase el suelo, yo también me siento así. Al llegar a la palma, se sienta a un lado y  me entrega una llave amarilla, tan amarilla  como aquella luz que vi en días pasados. Me coloco junto a él y  en cuestión de segundos veo que la tierra comienza a abrirse, brotando un gran cofre de hierro. A pesar de lo que  ocurre sigo como atontado. Don Julián me indica que lo abra. Le hago caso e introduzco la llave, la tapa se veía pesada. Pero al levantarla, la  sentí tan liviana como un papel. 

El hombre vestido de blanco y con su inigualable sonrisa de oro, seguía junto a mí. Dentro del cofre, encontré una gran cantidad de monedas amarillas. Eran tantas que no podía contarlas. Al tocarlas,  una gran voz gruesa y pesada, me ordena que las tome. 

Oigo que Eloísa grita, como desesperada, reacciono y la veo. En ese instante me di cuenta  que estaba en el fogón, miro al suelo y veo el cofre abierto, lleno de monedas amarillas.

-Estabas como muerto mijo, te he hablado y no respondes.  Pareces muerto vivo. ¡Qué vaina es esa que trajiste al rancho y a esta hora! Me expresa ella.

- No sé qué ha pasado mujer. Le respondo lentamente.

- ¡Esa vaina, es un entierro que sacaste! ¿Dónde lo conseguiste?

Guardo silencio, mientras ella continúa hablando:

-           Lo mejor  es  partir de acá, cuando un muerto, te regala su dinero, lo mejor es irse lejos, no vaya a ser que lo quiera reclamar después.

 A veces creo, que me perdí  por un tiempo. Eloísa, me cuenta que ese día, después de comerme las caraotas, no desperté más. Ella trató de  hacerlo, pero mi sueño era tan pesado, que decidió dejarme. Se levantó como a la una de la madrugada a orinar y al pasar por el fogón me vio todo sucio y con ese cofre en el suelo. No se explica, como lo pude traer, pero allí se encontraba junto a una pala y un pico.  Trato de recordar algo y no puedo.  Solo sé, que ahora vivo en la ciudad, en una casa que jamás pensé en tener. Tengo un carro último modelo. Mi mujer ha creado una empresa, con la ayuda de un abogado. A la finca no volví a ir,  estoy muy lejos, pero siento deseos de regresar a mi campo. Me duele haber partido sin despedirme. De allá, solo tengo el recuerdo de un cofre, el cual conservo con mucho anhelo.  

Ahora duermo demasiado. No tengo ningún tipo de preocupación. Jamás he vuelto a ver, ni sentir a Don Julián...

 

     

Héctor DANIEL


Comentarios

  1. Excelente recopilación una linda historia mientras la leía mi mente recorrió mi bello pueblo

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    1. Muchas gracias por tomarte el tiempo de leer mi relato. Me alegra que te haya gustado.

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